miércoles, 23 de octubre de 2019

Poesías


Trina triste el pájaro
del árbol sobre la rama.
Se va el verano,
 el olor a tomillo y a espliego,
el amarillo color de la aulaga.
Silba el viento en el hayedo,
trémulas hojas caen
sobre la corriente del agua,
barquitos infantiles que
los remolinos   tragan.

Ya fuman las chimeneas
el roble hecho lumbre,
ya se cubren los cuerpos de pieles
y se tiñen de blanco las cumbres.

El macho ciervo busca
con su berrea pareja,
bajo un cielo gris de nubes,
cuando el astro rey se enreja.

Cañones de muerte
de rústicos chozos asoman,
quebrando en dolor,
el vuelo torcaz de la paloma.

Ya se abre la castaña,
ya madura el madroño;
pastor a tu cabaña
que nos llegó el otoño.

 Socorai



Castillo de Petralata


Castillo de Petralata
en Obarenes tallado
ayer tuviste presente,
hoy sólo eres pasado. 

Esta ya lejano el día
en que te donó Ramiro, cuando tú eras el vigía 
de estas sendas y caminos.

Desde tu pequeña atalaya
se divisan las colinas;
al norte, robles y hayas,
al sur las pardas encinas.

Hasta tu ancestral roca
trece hemos subido
y todos hemos sentido
alegría, y no poca.

Castillo de Petralata,
nos vamos ya satisfecho,
te otorgamos, por derecho,
esta merecida placa.   
Socorai

Incredulidad

Me subí a la colina para ver a la ciudad.
No creía lo que veía,
¡no lo creía, y era verdad!
Vi un cojo que corría
y a un mudo oí gritar,
y en sus gritos me decía:
¡Paz! ¡Amor! ¡Libertad!  
¡Qué barbaridad!   
                    Socorai
 


Bella

Bellos como un dulce amanecer, tus ojos, 
son luces reflejadas en el manantial cristalino de tu rostro.
Sueños de colibrí
depositados sobre hojas de álamos.
Tu mirada triste y  melancólica se aferra al pasado.
Abre tu corazón
y deja que caiga tu última lágrima.
Desentumece tus labios,
antaño saciados de besos y sonrisas.
De  tu nueva casa abre el balcón
para que entre el perfume de amores nuevos.
Ponte frente al espejo y mírate.
Eres bella.

Socorai

Enfermedad

Te aferra como un loco
a la esperanza de vivir.
Pobre hijo de familia pobre.
Tu enfermedad para otro no es mala,
pero a ti te falta plata.
Políticos, jueces, médicos… se enternecen
con un fajo de billetes,
y tú inocente pobre, pobre inocente
quizá nunca te enteres.
Socorai



         Noche
Llega envuelta en su manto negro,
silenciosa la noche
llenas de quejidos y amores.
Cuando el alba la desplaza
se escapa por laderas y montes.
                                      Socorai



      Camino
Voy buscando el camino
que me lleve hasta el silencio.
Atrás se quedan los ecos
del sonoro ruido espeso.
Sé que existe el camino.
Sé que el camino es extenso.
Sé que a cada paso que doy,
un paso al camino le resto.
                          Socorai



Mi sueño es un mundo donde nadie necesite de nadie,
Mi sueño es un cielo azul, montañas de cimas blancas, ríos caudalosos de aguas transparentes.
Mi sueño es un extenso bosque donde se mezclan los trinos de las aves, los aromas y colores de las flores y el parabólico y frenético ajetreo de las frágiles mariposas.
Mi sueño atraviesa los gruesos muros y  me libera de  las cadenas que coartan mis libertades.
Sueño porque el sueño hasta en la cárcel (todavía) es libre. Sueño porque quiero, porque puedo y porque me hace feliz.

                             

        Primeros recuerdos
Amor primero, primer amor
que en la primera curva de la vida quebró.
Amistad primera, primera amistad
que la distancia kilométrica disipó.
Primer amor, primera amistad, primer beso,
primer abrazo, primera traición, primera decepción,
primer aprobado, primer suspenso…primeros recuerdos.
Si algún día falla el disco del cerebro,
 al resetear dejad libres los primeros recuerdos.
                                          
                                                          Socorai

Mujer
Que os puedo yo decir
a las mujeres asesinadas,
si los lazos que os pusimos
no os sirvieron de nada.
Que os puedo yo decir
a las de los abrazos rotos
y lágrimas en las fotos.
Que os puedo yo decir
de primavera sin flores
y de compañeros traidores.
Que os puedo yo decir
de los grandes amigos
que marcharon raudos
cuando vieron el peligro.
Que os puedo yo decir
si bien lo sabéis vosotras,
en cuanto obtuvieron el voto
fueron sus promesas rotas.

                            Socorai

Al cantor
Ya no te oigo cantor.
Quizá cambiaste de lugar,
o quizá, la inconsciencia de algún cazador
sesgó tu cantarina vida.
Ya no te oigo cantor.
¿Será tu silencio eterno,
o solo una larga espera?

                         Socorai


          Parejas
Cada noche tiene su día,
cada amanecer su atardecer,
cada sonrisa su alegría,
cada tristeza su dolor,
cada amor…
¿qué tiene cada amor?
                        Socorai

         La estación del olvido
En la estación olvidada,
la noche espera un tren que no llega.
El otoño arrastra cientos de hojas doradas
que se acumulan bajo un banco de hierro.
Cielo con luna, plagado de estrellas;
viento gélido que hace más dura la espera,
y en los plañideros raíles se reflejan
miles de punto de luz que asemejan a luciérnagas.

                                                  Socorai

Fútbol

Mujeres violadas/ niños asesinados.
Personas sin derechos/obreros esclavizados.
Tierra contaminada/animales exterminados.
Juventud sin futuro/sus esperanzas rotas.
¡Y LOS HUMANOS SE PREOCUPAN POR UN JUEGO DE PELOTA!
                                                                 Socorai

Mi despertador
Ya no te oigo cantor.
Quizá cambiaste de lugar,
o quizá, la inconsciencia de algún cazador
sesgó tu vida vulgar.
Ya no te oigo cantor.
Ya no me despierta tus trinos
posado en la rama del árbol amigo.
Tec tec tec, solo era tu canto.
Ni el más delicado reloj,
ni el más suave campanario
podrá darme tan dulce despertar.
Ya no te oigo cantor,
hasta cuándo tu ausencia.

                         Socorai




sábado, 3 de noviembre de 2018

Don Pedro, un maestro rural.


Ahora, sentado en un banco de la plaza del pueblo y tomando este esplendido sol de junio, veo pasar  a los niños que acompañados de sus madres se dirigen al colegio, y se me viene a la mente cuando antaño yo, siendo un niño, recorría más de cuatro kilómetros  todos los días   para asistir a la escuela. Hiciese frío o calor, siempre, por un camino solitario lleno de barro o de polvo, dependiendo de la época del año, recorría esa distancia por duplicado, y jamás mis padres escucharon la más mínima queja de mí. Me  encantaba ir a la escuela y disfrutaba  todos los días con las enseñanzas de don Pedro, mi maestro.
Vivían mis padres en un caserío alejado del pueblo y allí cuidaban el ganado y las tierras de don Ambrosio. Siempre con olor a excrementos y pasando todo tipo de miserias. Mis amados padres no sabían leer ni escribir y siempre que recibían alguna carta tenían que acudir a que don Pedro se la leyese y le explicase su contenido. Así como a confeccionarle un escrito de cualquier tipo, y os puedo asegurar que tenía  don Pedro la más bella letra que yo he visto jamás, e incluso antes con las máquinas de escribir, y hoy con los ordenadores, me sigue gustando más la caligrafía tan bella, perfecta y cuidada de don Pedro. ¡Aún conservo algún que otro escrito de él!
 No deseaban mis padres que su hijo viviese de la misma forma que ellos, y preferían que yo aprendiese a leer y a escribir, y más tarde cuando fuese mayor poder trabajar y vivir en el pueblo con las demás personas, y así poder disfrutar de todos aquellos placeres que ellos en su apartado lugar no disfrutaban jamás.
Me encantaba la Gramática y las Matemáticas y el maestro nos decía que teníamos que aprenderlas bien porque sería  lo que más utilizaríamos en nuestra vida cotidiana.
Don Pedro era un buen maestro, que le encantaba enseñar; un profesor que no era defensor del famoso dicho: “la letra con la sangre entra”. ¡Menudo dislate! ¿A quién se le pudo ocurrir? Todo embuste repetido miles de veces se transforma en verdad para la mayoría de los ciudadanos. Decía don Pedro cada vez que escuchaba la pésima frase. No castigaba jamás a ninguno de sus alumnos, solo se conformaba con echarnos alguna reprimenda y hacernos prometer que ya no lo haríamos más. Y siempre acababa diciéndonos: “Sabed que cumplir la palabra dada es lo que más honra a una persona.”
Más de un padre le decía al maestro que si su hijo se portaba mal tenía permiso para castigarle con el palo, y don Pedro siempre le respondía que en su escuela, mientras él estuviese, no se usaba la férula ni ningún otro tipo de tortura. “Hay que educar con el amor no con el dolor”. Era la frase predilecta del maestro.
El saber enseñar nos decía siempre don Pedro es el arte de transmitir a los demás el deseo de conocer la utilidad de cada cosa.
Era don Pedro, rechoncho, con principio de calvicie, y un buen mostacho con el que aparentaba ser más fiero de lo que en realidad era. A igual que el poeta Machado estilaba don Pedro  un pobre desaliño indumentario, cosa muy  habitual en cualquier  maestro de la España rural. El sueldo de don Pedro no daba para grandes desembolsos y si vivía algo mejor era gracia a la generosidad de sus vecinos que siempre contribuían con longanizas, frutas y verduras, cada uno en la medida que le era posible; y las mujeres les confeccionaban o reparaban la pobre vestimenta que don Pedro poseía. También, es verdad, que el maestro llegado el tiempo de la cosecha jamás se privó de ayudar a las familias más necesitadas a recoger sus frutas, segar sus trigos o cualquier otra ayuda que le solicitasen.
Algo menos de treinta niños, de diferentes edades, asistíamos a la escuela y a todos nos transmitía el maestro su amor al saber, a conocer la naturaleza, a  respetarla y a sacar provecho de todo aquello que ella generosamente nos ofrecía. Él decía que solo puede respetar la naturaleza aquel que la conoce de verdad. Todos los meses aprovechaba un día don Pedro para salir al campo con sus alumnos y nos iba mostrando las plantas, los insectos, las setas, los árboles, los pájaros, los minerales, y allí sobre el terreno mantenía animadas conversaciones con nosotros  para explicarnos el porqué y el para qué Dios había  colocado cada cosa en la naturaleza.
Todo tiene su utilidad, todo cumple alguna función en este mundo. —No se cansaba de decirnos una y otra vez nuestro apreciado maestro.
Era, don Pedro, muy partidario de las redacciones porque para él era una muy buena forma de que los niños aprendiésemos a escribir correctamente: sin faltas ortográficas. Y aprovechaba las salidas al campo para que les explicásemos en el papel lo que habíamos visto y lo que habíamos aprendido. También tenía el buen maestro en la escuela una pequeña librería donde sus alumnos podíamos tomar el libro que más nos gustase, y podíamos  llevárnoslo a casa para leerlo e ir habituándonos a la lectura. Jamás, que yo sepa,  se perdió ningún libro y se asombraba el maestro de cómo los libros después de pasar por tantas manos de niños se  conservaban en tan buen estado. Todos sus niños aprendimos el valor de un libro, y a comprender que había que cuidarlos porque detrás de nosotros vendrían otros niños que también lo iban a necesitar.
Seguía  el maestro la costumbre instaurada en todos los pueblos españoles de ir por las tardes a la taberna del pueblo y allí en tertulia con los vecinos intentaba, consiguiéndolo en menor o mayor medida, según el interlocutor, inculcar sus ideas y su forma de ver la vida. Con esto consiguió que incluso aquellos vecinos que no eran partidarios de sus pensamientos  lo llegasen a respetar y a querer.
El día que después de más de veinte años el maestro abandonó el pueblo no hubo ni un solo vecino que no saliese a despedirlo, y  todos lamentaron su pérdida.

martes, 13 de febrero de 2018

Amistad perdida


Estoy tumbado en mi cama mirando al techo y escuchando aquella canción, que antes  tantas y tantas veces habíamos escuchado juntos, y  pensando en lo sucedido. En mi mente se van mezclando los acordes de la canción con los desagradables recuerdos de este día, y  todos los acontecidos en nuestros años juveniles. Nada es más desagradable que comprobar que todo lo que has tenido como algo excepcional, de repente, se ha convertido en pura falacia. Cómo las fortalezas se transforman en castillo de naipes, o cómo un  sueño se convierte en la pesadilla más atroz.
               La misma pensión con el mismo hambre en la misma habitación
                                            vivíamos… Rogelio y yo

     Lo recuerdo en el colegio en nuestro  pupitre de madera. Un agujero en el centro para el tintero, una ranura para el lápiz y aquellos asientos replegables. ¡Tantas horas juntos los dos! Fueron muchos años los que compartimos juntos en ese pupitre, en esa escuela, con don Antonio, el profesor, y luego después en la academia. Al principio nuestra forma de ser no era nada compatible, y  se podía decir que él no era muy sociable con nadie, ni dentro ni fuera del colegio. Pero conmigo, a partir de que se enteró de que me dejaron sentado en la puerta de la iglesia con la maleta en la mano esperando a un misionero que me tenía que llevar a un seminario y que no se dignó a presentarse nunca, y eso que aguanté toda la mañana esperándolo inútilmente; a partir de este acontecimiento se hizo menos huraño, más cercano y nuestra amistad se fue consolidando.
           Bajo el mismo techo con el mismo frió tiritando en el lecho
                                      dormíamos… Rogelio y yo

    La iglesia —me dijo— es la mayor secta del mundo, solo va a sacar beneficio  y todo lo que predica es pura hipocresía; ahí se han fabricado los mayores embustes de la humanidad y se han tergiversado la realidad todo lo posible para el propio beneficio de sus dirigentes; ellos siempre han sabido que cualquier mentira contadas miles de veces se acaba por instalar como  verdad. ¿Por qué crees que una religión que su quinto mandamiento manda no matar, ha sido ella, precisamente, en nombre de su Dios, la que más inocentes ha matado? ¿Qué te parece que a un Dios que predicaba la pobreza lo estén representando un Papa, unos cardenales y unos obispos que viven opíparamente en suntuosos palacios rodeados de riquezas? No estés triste por esto, que has ganado mucho, Obdulio.
                            Con el mismo coche la misma mujer y la misma noche
                                          soñábamos… Rogelio y yo

     El conflicto que hubo en el pueblo cuando el párroco se vio envuelto en un lío de faldas en el cual dos señoras  en la misma sacristía se agredieron con tirones de pelos y arañazos en el rostro; todo provocado porque bien por un error del cura o por un error de una de ellas, las dos se presentaron a la misma hora para tener un rato de consuelo religioso con el representante de Dios en la tierra, o quizá para desgastar un poco las garras al deseo  ya que este tipo de señoras lo suelen tener custodiado en armarios muy secretos. Poco tiempo después, del tan desagradable y muy aireado espectáculo, el párroco pidió la baja a la Santa Sede y se casó con las más rica, ¡quizá solo fue casualidad! Este hecho me hizo creer un poco más en la teoría de Nicasio,  y mi empatía hacía él fue creciendo progresivamente, al mismo tiempo que me iba alejando de mis antiguas creencias, más cercana al cristianismo y sus virtudes.
              En el mismo trabajo el mismo sudor y el mismo fracaso
                                      luchábamos… Rogelio y yo.

Con el resto de compañeros mejoró mucho su estima cuando, estando ya en la academia, un día, al no saberse la lección, el profesor lo llamó para golpearle la palma de la mano con la regla, como tenía por costumbre este profesor. Supongo que aquí pasaba como en todo sitio que había profesores, casi siempre los peores, muy amigos del castigo. Ese día él se levantó se fue hacía el profesor y plantándose ante él con las piernas abiertas, los brazos cruzados y la cabeza erguida le espetó: “a mí, tú no me vuelves a pegar más”. Ese tú, dejó a toda la clase en silencio y expectante. Nicasio estaba tranquilo, firme y desafiante; al profesor le temblaba las piernas, se  ruborizó, le salió un tic nervioso en el ojo izquierdo que no podía disimular. Así estuvieron un rato hasta que el profesor lo mando salir de clase. Seguramente que en la siguiente reunión de profesores este tema estuvo muy presente ya que a partir de aquel día no se volvió a usar la regla ni ningún otro tipo de castigo con los estudiantes. Pero la acción de Nicasio se propagó efusivamente por toda la academia y eran muchos los  estudiantes, que nunca antes le habían hablado o no lo conocían de nada, que lo felicitaban y lo auparon al trato de héroe. Siempre me pregunté por qué Nicasio se rebeló  contra este comportamiento, si al fin y al cabo, a él, que le pegasen en clase le importaba un pimiento; mas yo creo —y esto es pura deducción mía— que todo se fraguó el día que este energúmeno de profesor le  pegó a “Juli”, la única chica que había en clase. “Juli” era alta y guapa y simpática y se llevaba bien con toda la clase, y aunque  no era una estudiante brillante sí que era participativa y aprobaba todas las asignaturas, y jamás ningún profesor la había humillado como se le ocurrió humillarla a este destructor de la enseñanza. Ella no lloró y aguantó estoica los golpes, pero sus ojos acabaron lacrimosos y su orgullo dolido. A Nicasio en este acto lo vi levantarse para protestar, pero al final se calmó. Tenía en la mano un  lápiz y lo rompió  en dos pedazos, produciéndose una herida en uno de sus dedos y quizá eso le hizo   calmar su ira. Creo que a partir de este momento él  fue programando  su cerebro para  que eso no volviese a suceder, y como es palmario, que todo profesor agresivo también es cobarde, al final Nicasio ridiculizó al profesor y consiguió acabar con los inútiles castigos que no conducen a nada positivo.
    Ya no te acuerdas Rogelio de aquella cantina del viejo Anselmo
                                                  y su acordeón.

      Era por naturaleza que siempre le salía ese espíritu quijotesco cuando de alguien débil se trataba. Yo lo vi más de una vez que al cruzarse con Toñete (el tonto del pueblo) siempre lo trataba con dignidad, y más de una vez se enfrentó a otros chicos que se reían de él; siempre le ofrecía su mano, la que Toñete estrechaba con gran alegría; hablaba con él como con cualquier otra persona y alguna que otra vez le entregaba una peseta para que se comprase lo que desease. Siempre después de cruzarse con Nicasio, Toñete era la persona más feliz del universo. También un día me presentó a don Ramón, un señor que se dedicaba a dar clases a los analfabetos, y que iba por las casas de los que lo contrataban. Don Ramón era un jubilado, persona de una bonhomía inigualable y aunque no sabía escribir correctamente, sí que tenía una bella letra que cautivaba. Me contó que estaba jubilado y que como estaba soltero vivía con una hermana que le administraba  la pensión, así que don Ramón solo tenía para sus gastos los pocos duros que sacaba de sus clases particulares a domicilio. El hombre siempre iba mal vestido, con un pantalón de rayas finísimo, algo corto de piernas y con una chaqueta raída con el cuello lleno de una mugre que brillaba como un zapato de charol, y que para averiguar su edad habría que contratar a algún antropólogo.
                                                  Cuantas las noches nuestro vino alegró,
                                                  cuantas noches que tu música tocó
          Tenía Nicasio la cualidad de sorprender a cualquiera  y así ocurrió, un día en clase de literatura, cuando el profesor, don Bernardo, nos preguntó a todos qué libro de los que habíamos leído nos había gustado más. De todos los que contestaron solo unos pocos habían leído entero un libro; la mayoría no habían leído un libro jamás. Cuando llega el turno a Nicasio, este muy tranquilo responde que El Quijote. No pudieron gran parte de la clase contener las risotadas y hasta el mismo profesor se tuvo que sonreír. Vamos, Nicasio, no me metas esta trola que no pasa —le dijo el profesor.
Pues bien —contestó él.
Vio el profesor la tranquilidad de Nicasio y le dijo que si le demostraba que había leído el Quijote, le aprobaba todo el curso. Cómo se lo demuestro don Bernardo —dijo Nicasio. Espera un poco, dijo el profesor y salió de la clase; al poco apareció con dos tomos de El quijote y le dijo a Nicasio que le iba a hacer algunas preguntas y si se las respondía correctamente, él cumpliría su palabra. Pues vamos allá, empiece —le respondió—. Todos nos quedamos más que abobados de ver cómo Nicasio respondía correctamente a todas las preguntas sin dudar ni fallar en ninguna de ellas. La pregunta que nos hacíamos todos era la misma: ¿pero este tío se ha aprendido el Quijote de memoria? El profesor viendo que Nicasio no se había tirado ningún farol quiso tensar más  la cuerda y cada vez complicaba más la pregunta. Si las primeras fueron las más sencillas: ¿Cómo se llamaba el Quijote? ¿Cómo su caballo? ¿Cómo su dama? Luego la dificultad fue en aumento: ¿Qué era el yelmo de Mambrino y a quién se lo ganó? ¿Quién era el caballero de los Espejos? ¿Quién era Maese Pedro y qué ocurrió entre él y don Quijote?, y muchas más preguntas que Nicasio respondía con total seguridad y tranquilidad. Hay que dejar bien claro que don Bernardo cumplió su palabra y Nicasio aprobó literatura. Al fin y al cabo aprendimos todos más de este ilustre libro con este test, que si lo hubiésemos leído.
                                                   Cuantas las noches que al oír esa canción,
                                                                    tú te reías y reía yo
       
     Un día, mientras nos bañábamos en la desembocadura del arroyo Salado, (nos gustaba bañarnos aquí porque decían que el agua del mar es buena, pues pensábamos nosotros, que las aguas salobres de este arroyo sería también buenas) nos encontramos un puñal en muy buen estado y que nosotros dedujimos que era de la época romana (por lo menos era bastante  parecido). En aquel momento no supimos valorar nuestro hallazgo, mas aquello hizo que nos interesáramos por la vida de los romanos.
Sobre el arroyo salado hay un puente romano que durante muchos años aguantó todo el tráfico que por él pasaba sin que jamás ocurriese nada, sin embargo cuando lo sustituyeron por otro nuevo, éste un día de lluvia acabo cayéndose, muriendo varias personas. Recuerdo que a los pocos días del suceso, proyectaron en el cine la película “Un puente sobre el río Kwai”, y Nicasio quedó admirado de la película y del comportamiento del coronel Nicholson. Al salir del cine me dijo: Ves, Obdulio, si el ingeniero del puente moderno hubiese sido tan eficiente y comprometido como este coronel, el puente nuevo no se habría hundido.
                                                             Y nos despertaba el sol
                                                     llenos de vino, llenos de ilusión
 Algo que no pudo con ninguno de los dos fue el tabaco. Muchos compañeros fumaban, a escondidas de sus padres, y nosotros también lo intentamos. Había un quiosco al que llamábamos el quiosco de Curro y donde vendían cigarrillos. Un día fuimos y preguntamos a Curro: ¿tienes Bisontes sueltos? Curro nos miró un poco incrédulo y nos espetó: SÍ. Pues denos dos — le dijimos. La incertidumbre de Curro al darnos los cigarros lo averiguamos después, pues al parecer los chicos un poco mayores que nosotros tenían por costumbre ir donde Curro y preguntarle lo mismo que nosotros: ¿tienes Bisontes sueltos? Y cuando Curro decía que sí ellos le contestaban: “pues átalos que son peligrosos”.
Esos dos cigarrillos fueron los primeros y los últimos que probamos; aquello estaba malísimo y además nos dejó una lengua asquerosa con sensación a madera. No encontramos el placer de fumar por ningún sitio. Yo tengo que confesar que en la mili lo volví a probar, esta vez con Fortuna, mas el resultado tuvo la misma fortuna y según me han contado todo el mundo tuve la gran fortuna de que no me gustase.
                                                   Te reías del dolor, de si hacia frió o hacía calor,
                                                                     si había dinero o solo sudor.

       Los dos nos sacamos el carné de conducir el mismo día. La primera vez nos suspendieron a los dos: a él en teórica a mí en prácticas. A la siguiente los dos aprobamos y recuerdo perfectamente que tuvimos que andar la distancia que separa un pueblo del otro, y anduvimos los más de ocho kilómetros riéndonos de esta forma tan peculiar de celebrar la obtención del carné. Otra vez en el último día de la feria del pueblo, cuando ya era tardísimo y no había casi nadie por el recinto ferial, nos subimos  a un auto de choque  y nos encontramos con que el coche estaba saturado de fichas y no tragaba ninguna más, pero andaba sin introducir nueva ficha; poco a poco fuimos acabando con todos los que habían en la pista y nosotros seguíamos; los operarios de la atracción ya estaban desmantelando lo que podían y nosotros solos por la pista dando más vueltas que una peonza. Nos mirábamos de soslayo y nos reíamos como locos, hasta que Nicasio se harto y me dijo: “vámonos”. Luego se lo contamos a uno de los chicos que había en la pista y en vez de enfadarse se reía con nosotros y nos decía: “pues no os he echado yo maldiciones y además creía que erais maricas con tantas risitas como os traíais”.
                                  Con el mismo equipaje en el mismo tren que me marche he vuelto
                                                                         hacer el viaje   
Así fueron ocurriendo unas historias y otras hasta que  llegó nuestro más triste acto: la separación por el servicio militar. A mí me tocó el Ferral del Bernesga en León y él se fue para san Gregorio en Zaragoza. Y a partir de esta bifurcación de caminos se congeló nuestras relaciones y  después de la mili yo ya no volví al pueblo. Me quedé fuera trabajando y no volvía apenas por el pueblo, y así pasaron más de tres décadas  sin vernos, y sin saber el uno del otro.
                                  A tu nueva dirección con el mismo traje y la misma ilusión he ido,
                                                                   he ido a buscarte

     Él fue el primero que me habló de democracia, de dictadura,  de anarquía, de autocracia, de tecnocracia,  de Sócrates, de su mayéutica y de su “solo sé que no sé nada”, de Platón, de Kierkegaard, de Marx y su Capital, de Dolores Ibárruri, del PCE,  de Mahatma Gandhi y “su no colaboración, no violencia”. Cada vez que veía a un niño o grupo de niños harapientos soltaba la frase: “todo lo que se come sin necesidad se roba al estómago de los pobres”. Si veía los domingos en el campo a los hombres, mujeres y niños recogiendo el algodón siempre me decía ahí los tienes rompiéndose el espinazo para que el patrón se forre con su esfuerzo; el domingo es día de descanso y misa, pero solo para los ricos; aquí el gobierno y la iglesia cierran los ojos. Esto en Rusia no pasa, los niños deben ir al colegio obligatoriamente y nada de trabajo hasta que no son mayores de edad; allí la cultura es lo principal y no hay ningún analfabeto, no como aquí que la gran mayoría son analfabetos para  gran alegría de los patronos y de los gobernantes. Cuándo vendrá a España un Che Guevara que gobierne para el pueblo y mande a este dictador fuera del país. Los domingos si  veía en la televisión el fútbol solía decir que el fútbol es el opio del pueblo, que Paco Pantanos lo ponía todos los domingos para que el pueblo no se parase a pensar en lo que tenía que pensar, que ya lo había copiado de  los romanos cuando le daban al pueblo, gratis et amores, el pan y el circo.  
    Curiosamente, un día, no recuerdo por qué motivo, si fue por un final de algún trofeo, si porque el equipo podía cambiar de categoría o por cualquier otra cosa, es caso es que asistimos a un partido de fútbol, y lo que ocurrió después fue la consagración absoluta para no volver más a un partido de fútbol, y para que este deporte aún hoy en día siga sin gustarme. Resulta que el equipo no iba bien y en una jugada hubo un penalti y no se lo pitaron, o le pitaron uno en contra (no recuerdo porque nunca presté ninguna atención), el caso es que el público se hecho al campo a agredir al árbitro; la guardia civil salió, como es lógico, a defenderlo y allí vi perfectamente cómo un individuo con una histeria muy profunda le arreó una bofetada tremenda a un guardia civil quitándole el tricornio. Tricornio que se quedó en el suelo y que no se atrevió a coger el guardia. En los vestuarios refugiaron al árbitro y allí estuvo hasta que llegaron los refuerzos y lo trasladaron hasta el cuartel, que está tan solo a unos trescientos metros del campo fútbol. Mientras esto ocurría por otro lado otro grupo de personas se fueron al coche del árbitro y lo arrojaron al río que está justo pegado al campo de fútbol. Según mi pobre opinión todo esto se estaba mascando, ya que durante el desarrollo del partido alguien golpeó al juez de línea y este hombre ya no se atrevía a ir por la raya que limita el campo sino que iba bastante más adentro de la raya para evitar otra bofetada inesperada, y más de uno de  los componentes de este público asistente le gritaba al árbitro que muy cercano estaba el río y que allí iba a acabar si seguía con su comportamiento. No sé quién tendría razón (si es que la había), lo único que sé es que este comportamiento es totalmente indigno de personas y de deportistas, y desgraciadamente hoy en día no solo no se ha acabado con ese comportamiento sino que se ha agravado y cada día es más popular. Por ese motivo siempre me han gustado más lo deportes individuales: Atletismo, natación, tenis, boxeo…
                                         El guardacoches me ha entrado por la puerta del servicio
                                                           y me ha metido en un cuarto
     Me comentaba Nicasio que siempre había que luchar porque    gutta cavat lapidem. Tenía por costumbre usar muchas frases latinas y eso de que, yo supiese, jamás aprobaba el latín, pero recordaba fielmente aquellas frases que le interesaba para mantener activo  y culto su diálogo con cualquier persona. Bueno, no aprobaba el latín ni ninguna otra asignatura que no fuese educación física, más por indolencia que por capacidad; en educación física era un fenómeno, nadie era más rápido corriendo que él, pero sobre todo saltando el potro y subiendo la cuerda no tenía rivales. La cuerda la mayoría de la clase no podían subirla y algunos, muy pocos, la subíamos con dificultad, mas él se sentaba en el suelo, tomaba aire y soltando un ¡uaff! comenzaba la ascensión con las piernas en ángulo recto y la subía y bajaba con una facilidad asombrosa, y cuando terminaba se iba hacía mí  y me soltaba: “a ver qué mariconcito de estos Adidas tiene cojones para hacerlo”.
                                                                   Desde donde he mirado
                       Y te he visto bien vestido, en un salón lleno de espejos gente importante a tu lado
                                 
      Siempre se negó a llevar pantalones de campana y zapatos de plataforma, porque, según él, esos zapatos era pura hipocresía ya que lo único que se intenta con ellos es  aparentar ser más alto de lo que en realidad eres, y esos pantalones era la cosa más ridícula de la moda, ya que solo servía para barrer las aceras de las calles. Yo llevo mi propia moda —me solía decir. Tampoco el pelo largo, cuna de piojos, según él, era de su agrado, y  fumar y beber hasta emborracharse lo tenía apartado de su quehacer diario. Cuando algún cacique o hijo de cacique cometía alguna tropelía y acababa absuelto siempre  decía que la ley debe ser como la muerte que no perdona a nadie, en clara alusión a Montesquieu. Más de una vez acabamos en el cuartelillo por culpa de sus repentinos imprevistos. Él era la única persona por la que un día arriesgué mi vida sacándolo del río en un momento que se estaba ahogando, y aunque yo tampoco sabía nadar correctamente no lo dudé un segundo cuando vi a mi amigo en peligro y me tiré a sacarlo, y con suerte  lo conseguí. Después de este acontecimiento recuerdo que nos fuimos al bar a celebrarlo, y mientras nos tomábamos unas cervezas se fue a la gramola y puso las canciones del grupo Jarcha: Libertad sin ira, Andaluces de Jaén y Cadenas. Pero a partir de aquí se tomó en serio el nadar y aprendió tan bien que era capaz de cruzar el río debajo del agua de un extremo a otro, así como hacerse unos cuantos largos de piscina sin la menor dificultad. Jamás hablamos de este hecho a nadie, o por lo menos eso es lo que yo creo, ya que él no era muy propenso a relatar historias a nadie.
                                                                          
                                                        y en tu cara el fastidio,  cuando te han avisado.
                                   Has salido, me has mirado, te has acordado de mi nombre ¡ALELUYA!
                                  

        Un día paseando con las bicicletas, en un camino paralelo a las vías del tren, nos vimos envueltos en una pelea de gitanos. Asomaron por un lado y por otro de repente hombres y mujeres armados con cuchillos, palos y tijeras; yo salí de allí rápido pero él se quedó tranquilo observando cómo se desarrollaba los acontecimientos. Ni la guardia civil, ni los comisarios de la policía que vinieron de la capital lograron que dijera nada. Su boca estaba sellada y nadie ni nada logró que quebrantara su silencio; nadie pudo sacarle otra cosa  que no fuese que él no vio nada más que pelearse a unos con otros, mas no conocía a nadie y no sabría decir quiénes eran. Sin embargo a mí me lo contó con todo detalle y me relató cómo una gitana vieja agredía con unas tijeras enormes a otra gitana joven que estaba embarazada; cómo un gitano denominado Cagancho llevaba un enorme palo con clavos con el que amenazaba a todo aquel que se le acercaba. Curiosamente solo hubo que lamentar la pérdida del feto de la embarazada, aunque más de un gitano acabó en el consultorio médico para curarse las heridas.

                                                    Y luego… luego te has marchado
                    Me has dejado con un saludo, una cita en tu despacho y una tarjeta en la mano

        Hace unos días tuve, por casualidad, noticias de él; averigüé que  le va bastante bien, que tiene una empresa y fue cuando decidí, muy contento, ir a visitarlo. Pero toda mi ilusión se fue de repente cuando presentándome ante su secretaria le dije que mi nombre era Obdulio Carpeta, que era amigo de don Nicasio Tufo  y que deseaba verlo. Algo menos de un  minuto tardó en salir la señorita para decirme que don Nicasio ahora no podía recibirme, y que si buscaba trabajo ahora mismo era imposible, aunque si gustaba le podía  dejar a ella mi currículum.
                            
                                                                con tu nombre bien bordado
                                                                   Pero no importa Rogelio,

    Mi amigo de infancia, mi amigo de colegio, mi amigo de fiestas y no se ha dignado ni a saludarme; sin escuchar ni siquiera lo que deseo, ni preguntarme  cómo  me va, ni a qué me dedico. El amigo por el que habría dado mi vida nuevamente si hubiese sido necesario, el amigo al que le había salvado de morir ahogado, ahora no quiso saber nada de mí después de tantos años. Pero tanto puede cambiar una persona —me pregunté. Tanto le hubiese costado salir un momento para darnos un apretón de manos, y si no pudiese en ese momento estar conmigo, poder quedar otro día para hablar entre nosotros. A qué se debería este cambio: a una mujer, al dinero, a las circunstancias o quizá al entrar en este círculo de la sociedad, perdió todo el coraje justiciero que siempre le sobró en su juventud.
                                                                    esta noche iré a la cantina
                                                              y al viejo Anselmo pediré tu canción

     Al salir de allí cerré la puerta suavemente, casi sin ganas, con el rostro triste, los ojos entornados  y con movimientos lentos y desganados. Seguramente que cualquier observador podía colegir en mi diminuta fisonomía una dignidad destrozada. Al cerrar esa puerta había cerrado mi última esperanza. Había puesto tanta ilusión al enterarme de que mi gran amigo Nicasio, mi amigo de la infancia, el amigo con el que tanto luché, con el que compartí toda mi juventud y la única persona por la que arriesgué mi vida por salvar la suya; después de tantos años saber eso me había llenado de alegría, y la sangre  volvió a correr por mis venas como el agua de un torrente. Ya me habían prevenido, otros conocidos que  él había cambiado mucho, que ya no era ni sombra de lo que fue, que después de la mili buscó trabajo y acabó casándose con la hija del jefe.  Que se había vuelto un explotador, que era el patrón que menos pagaba a sus obreros, que no les pagaba las pagas extras, que solo les daba quince días de vacaciones, y que era una de las personas más odiadas en el pueblo; pero que en este puto pueblo nadie lucha y todo el mundo va a lo suyo, que era más importante ser el pelota del jefe que ser delegado de trabajo, y que cuando había alguna denuncia  avisaban a las empresas y en poco tiempo la orilla del río y los alrededores se llenaba de operarios esperando que los inspectores se fuesen de la empresa para volver luego, pasado el peligro. Me costaba creer todo esto que oía, pero también es cierto que como decían los antiguos cuando el río suena…, y lo más curioso es, me afirmaron, que se había hecho Hermano Mayor de la cofradía de la Oración del Huerto. Esto sí que entraba dentro de lo inverosímil.
                                                        En la misma mesa beberé por los dos,
                                                        y entre mil copas me reiré del dolor,
                                   
      Pensé en quedarme esperando en la calle para obligarlo a verme y soltarle un par de frases, pero no lo hice porque  veía que mi amigo ya no era el mismo; no era la persona que conocía, éste era otra persona totalmente desconocida, quizá ahora se   había transformado en esa persona que él tanto odió y que tanto intentó combatir en su juventud.
                                                                      Yo reiré ja yo reiré
                                            Me reiré de tu adiós, de mis zapatos, de tu confusión,
                                            del pantalón, de tu frac, de tus espejos y de tu salón.

    Pensé en olvidarlo todo, pero al final me acordé de una de las muchas canciones que escuchábamos en nuestro tiempo de libertarios. Aquella canción que oíamos de jóvenes: Rogelio, de Patxi Andión. Una canción que hablaba de amistad y desengaño; de dos amigos a los que les había pasado lo mismo. Fui a casa, busqué el casete e hice un paquete con él y se lo envié a su oficina con una tarjeta donde escribí:
Que Dios te siga dando suerte.
Obdulio Carpeta.
          P.D. No te preocupes que si te veo no te saludaré, no quiero avergonzarte.

                 Y cuando te vuelva a ver te diré:
¡Muy buenas tardes! ¿Qué tal está usted? Y como no,
te pediré un favor para que esa noche duermas un poco mejor.


    Justo acababa de salir de entregar este paquete cuando alguien por detrás estaba gritando mi nombre. Me paré a ver quién era. Llega un señor que me conocía perfectamente y que yo no tenía ni idea de quién era.
—Pero, Obdulio, no me conoces.
—Lo siento, pero así es.
—Soy Antonio, Antonio Marchena.
    Al final acabé reconociéndolo y me pidió ir al bar a tomar una cerveza. Fuimos al bar Charlot, un bar con el mostrador de metal, las mesas de mármol con el soporte de hierro forjado y las sillas también de hierro forjado que al sentarse estaban frías y después de un rato notabas su efecto en los glúteos. Este mobiliario le daba un aspecto antiguo al bar. Las paredes estaban repletas de fotos, carteleras de películas y objetos todos ellos relacionado con Charles Spencer más conocido como Charles Chaplin  y más aún como Charlot. Allí, Antonio, me relató que se había hecho guardia civil, que llegó a ser sargento, que ya estaba jubilado, y  me preguntó qué me había parecido el camarada Nicasio. Dijo camarada con un retintín cargado de bastante ironía. Le contesté que no me había recibido, que estaba muy ocupado y él se echo a reír. Siempre estuvisteis juntos y ahora después de tantos años no tiene tiempo para recibirte: ¡menudo camarada! —me contestó. A mí tampoco me saluda. No me reconoce. Ahora sus amistades son otras, tan diferentes a las anteriores.  Ver para creer, amigo Obdulio. Después de una charla agradable donde recordamos tiempos pasados y no reímos en algunos momentos, nos despedimos habiendo quedado para vernos en otro momento.
Cuando desperté  de esta semiinconsciencia, la música hacía tiempo que había terminado.